
Prométeme que querrás mucho a nuestro hijo y que le enseñaras a
odiar todas las tiranías. Dile que su padre murió fusilado por una de éstas. No
me siento culpable de nada. Tengo mi conciencia tranquila. El único delito –si
delito puede llamársele- es profesar sinceramente mi credo político, al que no
renuncio ni en estos momentos supremos.
Mas que bienes materiales
dejo a mi esposa e hijo los votos de que mi muerte sea un augurio del
porvenir. No tengo otro delito que mi ideología aprista, a la que no
renuncio ni en estos momentos supremos. Quiero que mi cadáver sea incinerado y
que mis cenizas se depositen en un frasco que tenga como leyenda mi nombre y la
frase: "Sólo el Aprismo Salvará al Perú". Este frasco
deberá guardarse en el local del Comité Aprista de Huaraz cuando pueda
funcionar.
Muero sin culpa, tranquilo,
pero como un verdadero cristiano, llevando en el pecho a Cristo, Nuestro Señor.
Más tarde la historia reivindicará mi nombre".